SOS necesitamos el deporte.
SOS necesitamos el fútbol base.
SOS necesitamos a la afición que lo mantiene.
SOS necesitamos el escenario donde todo ello se une: los campos de fútbol.
Con frecuencia he podido comprobar, a lo largo del ejercicio de mi profesión, cómo la práctica habitual del deporte en niños, niñas y adolescentes es una herramienta muy poderosa en su desarrollo cognitivo, emocional y social.
Además, mi afición por el fútbol (que disfruto desde la infancia y por una afortunada influencia paterna) no me deja indiferente ante el hecho de que los clubs de poblaciones afectadas tras los efectos de la DANA, se hayan quedado sin su lugar privilegiado donde poder JUGAR AL FÚTBOL.
Leyendo sobre el impacto que el deporte, en general, tiene sobre el cerebro, me recreo en la evidencia de que, en concreto, la práctica del fútbol es un torbellino de conexiones neuronales, cuyos beneficios se pueden generalizar a otros ámbitos de la vida. Me paro y pienso: qué suerte poder combinar mis dos pasiones: la psicología y el fútbol.
¿Y cuáles son esos efectos psicológicos positivos que se obtienen jugando al fútbol?
El fútbol, bien enfocado, estimula la creatividad, la atención, la concentración, la memoria, la toma de decisiones y la resolución de problemas en un entorno dinámico y vivencial.
Jugar al fútbol es diversión, lo cual produce un impulso creador de la alegría. También supone aprender a gestionar la rabia y la frustración, ya que no siempre ganamos ni las jugadas salen como queremos. Nos permite expresar sin tapujos la tristeza, ¿quién no ha llorado en un terreno de juego o, por diferentes motivos, se ha emocionado viendo a su equipo jugar?
Conozco a personas que jugando al fútbol han superado miedos e inseguridades. Es entonces cuando el miedo pasa de ser tu enemigo a ser tu aliado. Y, cómo no, jugar al fútbol propicia crear vínculos afectivos, porque refuerza experiencias y sentimientos compartidos. Me atrevo a decir que quienes hemos jugado al fútbol, conservamos amistades que surgieron de aquellos primeros equipos a los que pertenecimos.
El fútbol favorece el compañerismo y el trabajo cooperativo, compartiendo y respetando los roles de cada cual para alcanzar un objetivo común, aspecto éste tan importante en el aprendizaje escolar y que prepara a nuestros jóvenes para el desempeño de sus futuras profesiones.
La combinación de ejercicio físico y disfrute nos lleva a conectar con el momento presente y se convierte en una buena fórmula para reducir el estrés diario. Esa sensación de libertad la he podido experimentar en mi propia piel.
También fortalece la personalidad pues cada vez que nos enfrentamos a un desafío en el fútbol y lo superamos, aumenta el sentimiento interno de poder y la autoconfianza.
Desde bien temprano hay que enseñar a nuestros peques a mostrar deportividad en diferentes circunstancias. Esto favorece la empatía y la compasión, interiorizando valores como el respeto y la solidaridad. Por otro lado, se ejercita la disciplina y el control de impulsos, poniendo orden en nuestro cerebro en acciones cotidianas: desde preparar la bolsa para ir a entrenar, madrugar para ir a jugar o seguir las reglas y estrategias del juego.
Con tantos elementos en juego, esta práctica deportiva nos ayuda a conocernos de manera incesante, poniendo buenos cimientos para la superación y crecimiento personal.
Y ya que vemos que el fútbol base es un generador de bienestar cognitivo, emocional y social, puedo asegurar que éste se incrementa si lo practicas en un entorno seguro que sientes tuyo: tu propio campo. El camino al entrenamiento y a los partidos, tu rincón en el vestuario, las gradas a donde diriges la mirada buscando a quienes te acompañan y la visión de la imagen del nombre de tu club y su escudo, son rituales que forman parte de ese crecimiento personal.
En una sociedad con tendencia al individualismo, el sentimiento de pertenencia cubre una necesidad social del ser humano. Es por ello que la expresión «jugamos en casa» no son palabras vacías sino todo lo contrario, estimula ese sentimiento y contribuye a la construcción de la identidad que, en relación a tu deporte favorito, permanecerá durante toda la vida hasta el punto de transmitirse de generación en generación (como mi padre hizo conmigo y yo hago con mi hijo).
Y así como la vida siempre se abre paso, la imagen de aquellos niños entregados jugando al fútbol en Aldaia, en medio de un campo improvisado que no era más que un barrizal, nos muestra que el fútbol, al igual que todos los deportes, es un puente que lleva a la superación en tantas historias vitales.
Alicia Asencio Verdú
Psicóloga